martes, 4 de septiembre de 2018

LA SENSIBILIDAD DEL ALMA



Le pusieron Casimiro en honor a su abuelo sin saber que el nombre le quedaría corto, ya que no se habían dado cuenta, hasta que en una revisión médica les dijeron que era ciego el desgraciado niño.
Mirito, así le decían de cariño, había heredado la belleza materna de origen italiano y la gallardía viril de su padre en el cual corría sangre colombiana; a sus dieciocho años estudiaba en una escuela particular de las más prestigiosas de su ciudad natal, donde los edificios se cubrían de jade gracias a la cantera verde  oaxaqueña.
Casi, así le decían sus compañeros y amigos porque Casi, se podía decir que si veía, gracias al sentido que desarrollo por no ver. Se dice que el que ve es el cerebro y no los ojos y yo lo creo, porque nomás cierro los ojos y te veo tan nítida como la última vez.
Al cumplir los seis años, Mirito se creó unos binoculares para no gritarle a sus amigos cuando estaban lejos ya que con los catalejos los podía ver de cerca y hablarles bajito fuera de sus casas y no enterar a sus padres por si no los dejaran salir.
Guendanabi era la niña más linda que los ojos del hombre hayan visto, su mirada ponía nerviosos a cualquiera, menos a Casimiro que con tan sólo tocarla ella se enamoró, ella sintió una descarga eléctrica en sus fibras ya que hasta ese día era indiferente al sexo masculino. Ésta era otra capacidad que Casi no deseaba explorar con cualquiera, sólo por el llamado del alma.
Miro, así nombraba Guendanabi al hombre que despertó en ella querer ser el camino que él andara, culminó sus estudios de médico oftalmólogo ¡Increíble! Fué el mejor de la carrera, tenía una precisión en sus intervenciones, devolviendo la capacidad a otros de poder mirar con la extensión del cerebro, que son los ojos.
Sus hijos mezcla italiana, colombiana y oaxaqueña son lo más grabado en la mirada síquica de Miro.
Mi amigo Casi, no me ha querido quitar la luz de mis ojos porque me dice que Beethoven siendo sordo pudo componer las más bellas melodías y yo conservo tu imágen no en mis ojos sino en mi alma, y tú Nonita sigues muy dentro de mi.
Si Van Gogh no hubiera tenido su genialidad, Miro, le hubiera ayudado, porque él mira los campos de cultivo, las casas con techos de paja de donde el humo de los anafres se escapa, el desfile de figuras cambiantes en el cielo a su muy particular forma de apreciar todas las cosas y la carreta arrastrada por los caballos viejos de Don Ramiro que le ha enseñado a ver que hay más camino que forjar.

Adolfo Delgadillo Padilla

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