martes, 4 de septiembre de 2018

LA MEJOR COMPAÑÍA



¿Cómo se vería tratar de rehacer una vida después de una tragedia? Me refiero si es personalmente bien visto o aceptado por uno mismo, no por los demás, aunque no estén excluidos de la pregunta; pasar de un capítulo triste a otro que nos pudiera parecer un farsa: con serpentinas, vino tinto, globos y alegría que borre con el baile de moda todo lo vivido.
Todos vemos la vida de diferente manera y la afrontamos de distintas formas, unos luchan por borrar a toda costa el trauma y otros son más cautelosos al asimilar la nueva realidad.
Emiliano, joven muy apuesto, soñador, con una sensibilidad que solo la poseen aquellos que son capaces de soportarla para no llevarla al suicidio. No se concebía como huérfano a pesar de serlo porque tenía el recuerdo de sus padres muy fresco y en sus muchos momentos de soledad charlaba con ellos como si estuvieran. Se sentaba a la mesa o recostado en la cama, reproducía pláticas amenas que se prolongaban hasta que las luces cansadas centellaban en la noche y deseaban descansar.
-Emiliano, darán una fiesta en casa de los Flores. -Muchas gracias, pero debo concluir algunos pendientes que están retrasados. Esas reuniones donde pareciera que nada había pasado, con comida maratónica, carcajadas, derroche de elegancia ajenas a la austeridad apenas pasada ¡Santo cielo! rubias teñidas con saña como sacadas de Televisa, donde hay más rubias que en Escandinavia, ¡No, no, no! Era más de lo que podía soportar.
Para Emiliano el trance debía ser más tomado con calma, toda la violencia que había experimentado su país, la escasez, la indiferencia, tenía que ser asimilada poco a poco y se había refugiado en la literatura que a sorpresa suya no fue causa de hurtos porque se había visto que no existían ladrones cultos.
Llegó al café que lo dividía una lluvia pertinaz con sus mesas de madera apolillada y en cada mesa una vela que intentaban sobrevivir al soplo del viento de esa tarde joven.
-Llegas a tiempo ¿Qué vas a pedir? -lo recibió Marian, que era un remanso en ese ajetreo falso de su sociedad. -Lo de siempre, queso, higos y pan embarrado con mantequilla, azucar y un café.
Abrieron los libros, los acariciaron, olían a pasado, a un futuro prometedor, a esperanza de comenzar a vivir con pausa, como se sorbe el café, poco a poco, sin prisas y disfrutando lo que un libro puede hacer para amortiguar las perdidas que a todos les tocó vivir.
Tristemente la indiferencia en muchos se enquistó y bien dicen: que peca más el que no hace nada por evitar el mal qué el que lo lleva a cabo.

Adolfo Delgadillo Padilla

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