martes, 4 de septiembre de 2018
EL TINTERO
El tintero peligra, peligra la hoja y su espera de ser habitada.
Peligra la voz callada plasmada muchas veces en mis sueños, almohada.
Y después desea ser escuchada, en silencio, en tu concentración.
Y mucho que le agrada ser herida hasta quedar hastiada de haber sido entendida.
No peligraría tanto si el saber supiera compartir a quien es.
El tintero peligra, por pereza, por miedo y por envidia.
Sustraer su sangre negra para dejar blancos poemas.
Son ideas que si no quedarán grabadas como el plovo volarán al olvido.
En la posteridad gratificantes y ávidos curiosos agradecerán.
Todo destino es el olvido, pues que ecos perduren quizá.
Exprimir al tintero para alimentar la vanidad de llenar un papiro...
O la inteligencia vaciar para el efecto mismo, grabar.
El tintero peligra y la pluma se va.
Adolfo Delgadillo Padilla
DULCE ESPERA
Y yo aquí, tan a tus órdenes,
sufro por querer no separarme de ti.
¿Qué me das que gozó y por quien lloro espero?
Yo no pienso si por ti no pienso en otra cosa que en un aliento.
Ya basta de este aliento que poco tiempo para vivir queda.
Si he de vivir ahogado entre tinieblas ¿Por qué luz tengo en tu presencia?
Más me valiera ser nombrado loco que en justo juicio me creyera.
Qué cese esta lánguida prueba si de esto entender un breve gozo.
Las promesas no me sirven de consuelo cuando aún en vos yo creo.
Muera la esperanza por quien muero en lágrimas te espero.
No puede haber más necedad que el amor por ti yo siento.
¡Calla insensato pensamiento! Ve el lugar en que me tienes.
Pecado es morir por quien tanto deseo vivir.
Lágrimas de mi pluma secas encienden a la hoja inerte,
Perderte por desear tenerte, hiero a mi pluma y verte.
¡Ya no más! Dame vida aunque ni una mirada tenga.
De esos ojos tan ingratos una luz yo pida. ¡Piedad!
Que aunque esquiva yo fiel tu nombre escriba.
Y yo aquí, por hallarte muero por vivir en tu regazo creo.
Adolfo Delgadillo Padilla
SÓLO POR OPINAR
No es mi intención abrir debate, pero así como crucifican a toda una institución por los contados y quizá por aquellos que no han sido descubiertos, sacerdotes pederastas; así deseo también que, por los pocos que nos atrevemos a contar quizá por miedo a ser atacados, porque ahora resulta que el defender la verdad es un delito. Yo viví mi niñez rodeado de sacerdotes cuando fui monaguillo, desde los 6 años a los 18 y siempre ví cariño, consejo, regaños, que mucha falta hacen en la ausencia paterna; fuí guiado, querido, respetado para ser un hombre de bien. Así como se hace una marabunta por los menos, así se guarde uno de opinar y hacer juicios por mi testimonio en contra de otros muchos, que son los más, como dicen por ahí, habemos más gente buena que mala.
Estoy de acuerdo que a toda la gente que no se ha conducido éticamente se le castigue, pero cuidado de caer en fanatismos y falsos jueces al señalar sin conocimiento de causa a algún inocente porque habremos o estaremos perdiendo a gente y seres humanos muy valiosos.
Como muestra basta un botón, la ola de linchamientos, sabe Dios si han sido con razón o sin ella, aclarando que nadie tiene el derecho de tomar justicia por su propia mano, bueno, depende si se trata en defensa propia, pero a esto no se le llama justicia por la propia mano, se le nombra, efectivamente, defensa propia. No caigamos en estos tiempos aprovechando y, agregaría "desaprovechando" las redes sociales que muy lejos de ayudarnos nos están destruyendo, ya que las usamos indiscriminadamente y sin tener ni buscar información fidedigna.
Retomo, las peores armas las cargamos en nosotros mismos: la lengua, el dedo que señala y nuestra ociosidad de mente.
Gracias a estas armas nos han dividido en nuestras creencias, valores y confianza en nosotros mismos.
La humildad de aceptar que nos hemos equivocado es el primer paso a no cerrarnos para continuar ser más honestos con nosotros mismos.
Adolfo Delgadillo Padilla
EL CAMINO DE PAPAS NEGRAS
Pasear por un camino de papas negras húmedas en medio de una vegetación exhuberante adornado con flor de lavanda, que lo encierran a uno, cobijan y aíslan de una rutina caótica, llamada ciudad. Aspirar profundamente la humedad que huele diferente en cada hoja, en la lavanda, en el camino de papas negras, en la madera de los árboles, en la tierra y en el granero que acabo de pasar y que se confunde con la leña de las chimeneas de las casas, las cuales están distantes y respetando su espacio una de la otra.
Su puente de piedra y al fondo acantilados que permiten visualizar un azul infinito y distinto del cielo del que cuelgan figuras como si fueran palomitas de maíz, el mar las distorsiona queriendolas borrar por su inquietante personalidad de querer arribar en ese pueblo placido y desconocido, pero ya no para mí.
Entro a la posada y me dirijo a mi habitación que invita a la sencillez de la vida pero que promete una rica experiencia, en el buró con una lámpara de gas pongo el libro que he postergado por más de dos años, con esta tranquilidad, a la luz de la lámpara y de luz de la luna que asoma en la ventana, pienso concluirlo. La habitación es fría, pero acogedora, bien equipada con colchas de lana y con un té con crema que pienso acompañar mi descanso.
La sencillez de sus costumbres, la banca de madera que permite sentir a veces una brisa fresca del mar, invita con imaginación a cambiar el paisaje cuando me abandono al pasatiempo mejor hecho por mi, cerrar los ojos y perderme en la voragine de aromas y susurros de este lugar.
Abrí los ojos y frente a mí una niña con mandil de muñequita me preguntó: -¿Cómo te llamas?
-Natalia ¿Y tú?
-Valeria ¿Tienes novio? Vaya que me despabiló su inocente pregunta y sólo pude responderle-No, ¿Por qué?
-Porque yo te puedo conseguir uno aquí, no pude más que sonreírle, le dí la mano y un beso en sus cabellos rojizos encendidos por el ocaso del día.
A la mañana siguiente me despertó las campanillas de las vacas ¡Qué delicioso despertar! me asomé a la ventana y un hombre joven con el sombrero en mano me saluda levantando la mirada y siguió con su labor de llevar a las vacas al establo despues de pastar. Ciertamente el olor a pan recién horneado con un toque de manzana y la figura del gentil hombre que respetuosamente me saludó, abrió mi apetito.
Las caminatas, los asados de berengena y cordero, la hora del té, las líneas brumosas de las olas que rompían sobre las rocas dibujadas apenas por la tenue luz indigo que el mar reflejaba por la noche y... Si, la inesperada amistad del papá de Valeria que acompañó mis recorridos a la playa que por poco me estaban haciendo olvidar que tenía que regresar a la rutina del trabajo de una pujante ciudad. No tenía opción, mi opción fue ésta, vivir al máximo mis días de asueto a un lugar que nadie hubiera podido pensar en visitar, pero yo sí. El pueblo, llámalo como te gustaría que se llame, me encendió las ganas de volver, no a mi lugar de origen, sino de volver a vivir, de sentir con todos, valga redundancia, mis sentidos, la vida, la simplicidad con la que se me había olvidado vivir.
Llegué de mi viaje con una frescura en mi rostro, con un ramillete seco de lavanda entre las hojas del libro terminado de leer, con el sabor a campo, mar y el aliento de Gerard que perfumó mis arduas horas de trabajo y me dió fuerzas de esperar a volver a andar el camino de papas negras húmedas que llevan al acantilado y al mar.
Adolfo Delgadillo Padilla
LA MEJOR COMPAÑÍA
¿Cómo se vería tratar de rehacer una vida después de una tragedia? Me refiero si es personalmente bien visto o aceptado por uno mismo, no por los demás, aunque no estén excluidos de la pregunta; pasar de un capítulo triste a otro que nos pudiera parecer un farsa: con serpentinas, vino tinto, globos y alegría que borre con el baile de moda todo lo vivido.
Todos vemos la vida de diferente manera y la afrontamos de distintas formas, unos luchan por borrar a toda costa el trauma y otros son más cautelosos al asimilar la nueva realidad.
Emiliano, joven muy apuesto, soñador, con una sensibilidad que solo la poseen aquellos que son capaces de soportarla para no llevarla al suicidio. No se concebía como huérfano a pesar de serlo porque tenía el recuerdo de sus padres muy fresco y en sus muchos momentos de soledad charlaba con ellos como si estuvieran. Se sentaba a la mesa o recostado en la cama, reproducía pláticas amenas que se prolongaban hasta que las luces cansadas centellaban en la noche y deseaban descansar.
-Emiliano, darán una fiesta en casa de los Flores. -Muchas gracias, pero debo concluir algunos pendientes que están retrasados. Esas reuniones donde pareciera que nada había pasado, con comida maratónica, carcajadas, derroche de elegancia ajenas a la austeridad apenas pasada ¡Santo cielo! rubias teñidas con saña como sacadas de Televisa, donde hay más rubias que en Escandinavia, ¡No, no, no! Era más de lo que podía soportar.
Para Emiliano el trance debía ser más tomado con calma, toda la violencia que había experimentado su país, la escasez, la indiferencia, tenía que ser asimilada poco a poco y se había refugiado en la literatura que a sorpresa suya no fue causa de hurtos porque se había visto que no existían ladrones cultos.
Llegó al café que lo dividía una lluvia pertinaz con sus mesas de madera apolillada y en cada mesa una vela que intentaban sobrevivir al soplo del viento de esa tarde joven.
-Llegas a tiempo ¿Qué vas a pedir? -lo recibió Marian, que era un remanso en ese ajetreo falso de su sociedad. -Lo de siempre, queso, higos y pan embarrado con mantequilla, azucar y un café.
Abrieron los libros, los acariciaron, olían a pasado, a un futuro prometedor, a esperanza de comenzar a vivir con pausa, como se sorbe el café, poco a poco, sin prisas y disfrutando lo que un libro puede hacer para amortiguar las perdidas que a todos les tocó vivir.
Tristemente la indiferencia en muchos se enquistó y bien dicen: que peca más el que no hace nada por evitar el mal qué el que lo lleva a cabo.
Adolfo Delgadillo Padilla
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LIBERTAD
¡Hablen murales! no callen ni borren sus colores, que su libertad no sea sinónimo de barrotes que les impida gritar la verdad.
¡Hablen! Sean responsables de su palabra, no callen la injusticia que daño hace hasta aquellos que la cometen por conveniencia.
No se hagan amigos de tan baratas falsedades que es mejor morir por ideales costosos que vivir con un céntimo partido por miedo.
Que hablen los escribas y les sigan los poetas, que hagan de su arte lo que cuesta cuestionarse, que no se fien de ágiles discursos.
Arrebátenles las letras a aquellos habladores que encadenados nos tienen ignorantes.
¡Hablen! No se detengan.
Soplen, hagan que vuelen, que se dispersen sin que nadie las pueda detener hasta llegar a quien las lea y se escuchen las ideas.
Sean buenos entendidos de nobles intenciones y objetivos en identificar las traiciones de los que venden la verdad en cuadritos: falsedad.
¡Hablen murales, no callen poetas! El no, ganado lo tenemos y vamos por un sí de libertad ¡Hablen murales y tengan voz los pensamientos!
Adolfo Delgadillo Padilla
DOÑA CUQUIS
Me parece curioso que la muerte de un persona sea como un reloj de arena que nos recuerda que desde que nacemos comenzamos a morir y, si es así, ¿porque le tememos tanto a la muerte? ¿No sería mejor cambiar nuestra actitud y modo de ver la vida? Sí alguien nos hace una reflexión filosófica, algún día vamos a morir, porque no contestarles, si, pero los otros días no y, vivir la vida que con tanto trabajo nos hemos empeñado en buscarle conflictos en donde no los hay y cuando los hay nos ahogamos en un vaso de agua; se supone que ya deberíamos de estar entrenados a pelear con los problemas y vicisitudes que la vida nos presenta por tanta necedad de estar, reitero ver problemas donde no los hay.
Cuquita partió sin aspavientos, no le aviso a nadie y no acostubraba quejarse de nada, no, esperanzas que yo me esté midiendo con la comida, si me he de morir, me he de morir de algo y ni tiempo tengo de enfermarme ¡Qué va! Nadie va a venir a barrer mi casa ni a darme de comer, yo soy quien a paso lento voy al mercado, me decía. El marido la había dejado cuando ella, mujer chapada a la antigua, lo seguía amando, pero con dignidad, no lo buscó. Se la encontrará más chichona, pero más lechona, no.
Ella fue la primera que me dió la bienvenida al edificio de departamentos, echándome bronca y leyéndome las reglas del lugar, era escandalosa al hablar y por eso uno sentía que estaba regañando, no tenía pelos en la lengua, mi boca no paga renta, quizá porque sabía que ya no tenía que perder, lo que perdió la fortaleció y al saberse con una afección cardiaca, lo único que le quedaba hacer era ser la dueña y señora de su vida.
¿Qué pensaste? que me quedé callado cuando me dió tal recibimiento, claro que no, escuchó mi boca de la que salen mis mejores golpes y, desde ese momento me vio como su igual y de allí pal' real nuestra relación se hizo tan cordial como franca.
Un día me enseñó una foto de joven, ciertamente me sorprendió su belleza tan minada por el paso del tiempo. Un vecino le puso "Cuquita doña Pedos" por tener la facultad de señalar las cosas incorrectas que deberíamos de evitar para una sana convivencia en un condominio donde no faltan los que no pagan las cuotas y estar, lamentablemente, viviendo a expensas de los que si cumplíamos con las reglas.
¿Qué aprendí de mi vecina que vivía tan cerca de mi? A medir mi ímpetu, a ser tolerante, a deberle respeto a las personas y convivir con gente que ni de mi familia era, pero que al final la terminas viendo como tal, a ser más humilde viendo pasar los problemas del otro, las perdidas del vecino del departamento 2, las dificultades económicas de la vecina que a nadie saluda sin siquiera ponernos a pensar las batallas que todos y cada uno luchamos; le aprendí a callarme porque ella no lo hacía y a escucharla por toda su sabiduría que me empapó, ummh mira, te voy a decir como nos decía mi papá: ¿Qué hace en esa ventana rolléndole el culo a los vecinos? ¡métase a su casa a hacer algo de provecho!
Quizá alguien tome su lugar porque el que ella dejó no conviene que quede vacío, ya que esta unidad necesita gente como ella.
No sé preocupe Cuquita, haremos bulla, levantaremos la voz, y barreremos su lugar para que nuestro dolor sea menos y nuestra conciencia nos aleje de ese reloj de arena que nos recuerda que tarde qué temprano el último grano de arena no dejará de caer, pero mientras, vivir los otros días que no hemos de morir.
Adolfo Delgadillo Padilla
LEYENDA E HISTORIA SOBRE LA FUNDACIÓN DE MÉXICO TENOCHTITLAN
Huitzilopochtli, Dios de la guerra iba con su gente y hermana Malinali Xochitl, que era muy complicada y le gustaba meter discordia entre la gente, en busca de la tierra prometida. Al darse cuenta Huitziloopochtli de ésto decidió perderla y así evitar problemas.
Malinali Xochitl con el tiempo se casó con un señorio y tuvo un hijo al que le llamó Copill. Su madre Malinali le enquistó el odio hacia su tío Huitzilopochtli y, este cuando creció por órdenes de su madre lo mandó matar.
Un día Huitzilopochtli estaba en la cumbre del Peñón de los Baños, un volcán extinto, mirando el horizonte se percató de las intenciones de su sobrino y lo mandó matar.
La zona del Peñon de los Baños se llamaba Tepetzinco, donde se adoraba a Tlaloc, Dios del agua o de la lluvia; así como el Tepeyac donde se rendía culto a Tonan Tzin ( Nuestra Madrecita ). En Tepetzinco había un lago de agua sulfurosa que aún en nuestra época existe el manantial, pero se tiene hoy que extraer por medio de bomba, en los famosos Baños del Peñon.
Entonces, Huitzilopochtli manda a unos de sus guerreros y les ordena matarlo y que le lleven su corazón como muestra, al ejecutar la orden y llevarle el corazón les dice: Suban a lo más alto el Peñon de los Baños y avienten lejos su corazón y éste cayó en una penca de un nopal hacia el lago de Texcoco y de este nopal creció una tuna roja y exactamente ahí fue donde se posó el águila devorando a la serpiente.
El corazón de Copil es la tuna que nació del nopal y dió al nacimiento de la parte medular de esta historia de la fundación de Tenochtitlan.
Adolfo Delgadillo Padilla
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LA FELICIDAD
Es un estado personal, de instantes que se fortalecen a causa de las penas y experiencia que se deben de vivir al maximo y tener la capacidad de compartir.
La felicidad es una explosión de un alma inocente y experimentada por desear disfrutar todo lo que le agrada a causa de la manifestación de amor.
Es un suspiro efímero, es una vivencia que incluso cansa por su monotonía y busca crecer día con día enriqueciéndose con los otros sentimientos.
El desapego, la entrega, la paciencia, la contemplación, la aceptación de que la vida es un instante divino que debemos agradecer.
Es gritarla para que todo el confín del universo lo expanda y lo contraiga como el átomo que penetra en los resquicios más oscuros.
Encontrar en nuestras miserias nuestra grandeza y limitaciones de que por eso la felicidad por ínfima que nos parezca... vivirla.
Adolfo Delgadillo Padilla
LA BÚSQUEDA
La visita que iba a hacer era de suma importancia aunque para su gusto muy arriesgada. La zona a la se dirigía era de esas que uno no sabe en realidad a que huele, se confundían los aromas de perfumes finos y baratos, a alcohol y garnachas con mucha cebolla, a humores de trabajadores arduos y gente ociosa; era un mundo difícil de identificar con sus casas, que se esforzaban por pasar desapercibidas, un poco, no con pudor, sino porque eso sería pedir demasiado pero si con pena o respeto por todo aquel que pasaba por ese barrio muy afamado o más bien, con una reputación no muy bien puesta a prueba de moralidad, que no tenían otra forma de llegar al tren que los llevaría al siguiente barrio alejado de éste llamado el "furgón" porque allí vivian los ferrocarrileros que no pasaban su estadía por más de un año trabajando ya que los cambiaban a otras partes de la república.
Doña Felicia, con sus muy bien turgentes atributos era la esposa de Don Ricardo, un hombre viudo, buen mozo y buen esposo para ella, su tercer esposa, ya que Don Ricardo viudo de su primer esposa y abandonado por la segunda no sabía estar sin la compañía femenina.
Iba acompañada de Doña Inelva, mujer extrovertida y alegre que la conminó a aventurarse en esta empresa que si bien no le garantizaba nada, nada había por perder.
Su esposo tenía hijos de sus anteriores casorios, pero ella le quería dar familia a su esposo, hijos de ella, aunque a él no le importaba si ella era incapaz de concebir. Él gozaba de ese cuerpo que con el sol se aperlaba y en noches frías sus encantos como lava encendían la pasión que creía acabada en él, fué como un renacer, un regalo la esencia que de ella emanaba y en el fondo no deseaba que nada interfiera con el remanso que ellos estaban viviendo.
Las calles del "furgón", las casas, las lámparas que alumbraban apenados, a sabiendas de los secretos que sabían tenian que guardar, lucían un ambiente rancio, antigüo, pero bien resguardado a pesar de las voragines allí vividas. Calles adoquinadas, casas recias de adobe maquilladas como sus moradoras color crema, ventanas grandes con cortinas gruesas que servían para bloquear los rayos de la luz del día y de las lámparas que a duras penas ayudaban en las noches a los bacantes no trastabillar.
Se dirigieron a la casa de mayor fama, a la de Sayuri, mujer misteriosa por no dejarse ver en público, pero conocida por su belleza mulata y porte de una reina, tocaron las aldabas de puma del portón, esperaron unos instantes y una mujer con falda que tapaba sus rodillas, delantal bordado, suéter color azul claro, blusa beige con mangas largas y cuello alto, cabello recogido con una peineta de carey, piel morena y facciones serenas -Buenas tardes ¿Qué desean? -Buscamos a la señora Sayuri ¿Se encuentra? -¿Quién la busca?-extrañada de que mujeres y no hombres cruzarán el umbral de la casa, su también casa-. - La señora Felicia. -Aguarden un momento.
Las hizo pasar a una salón grande con rasgos de haber tenido una reunión por las botellas, copas, ceniceros repletos de puros y cigarros, una que otra prenda masculina y femenina nada comprometedora, un encendedor por aquí, un pendiente por allá. Los veinte minutos de espera no les pareció largos porque ese lugar si en realidad era burdo en adornos, no dejaba de ser un museo de: pinturas, candiles, relojes, porcelanas, muebles de cedro y cortinas con hilos de plata y oro.
De la escalinata de mármol y al medio como una cascada una alfombra roja púrpura descendía la señora de la casa con un saludo cordial e intrigante por la visita nada común en su refugio, del que les recuerdo, no salía mucho. -Buenas tardes. No contestaron, no por malos modales, sino por la presencia majestuosa bajando con una bata que traslucia el cuerpo de ónix sin una gota de maquillaje. Les extendió su mano delicada con la sonrisa de la que seguramente hipnotizaba a cualquiera.
-Señora Sayuri, soy Felicia habitante del vecindario contiguo, antes que nada le ofrezco una disculpa por no concertar una cita pero un asunto personal me obliga a ser directa.
Les invito con ademán en extremo femenino y natural que tomaran asiento y asintió que era toda oídos.
-Seré breve, mi naturaleza me impide ser madre y deseo saber, ya que me han contado que algunas de sus muchachas les es imposible mantener aquí a sus hijos por la exigencia de su profesión.
Un silencio que le pareció a Doña Felicia sepulcral, pero no a Doña Inelva que lamentó en su imaginación de que el lugar no estuviera en su clímax, había soñado tantas veces el presenciar esa vida tan negada a ellas, a las mujer de hogar, el bullicio, la algarabía, el desenfreno; anhelaba salir de la monotonía que obligaba el pueblo chico del que nunca había salido. Esa ya era una escursión para ella e incluso ¡como gozaba como niña con golosina! Tenía tantas ganas de cambiar de historias que contar, no era chismosa, más bien era la que entretenía con sorprendente imaginación las veladas de café, costura y recetas de repostería a su selecto grupo de mujeres casadas con hombres bien.
-Aqui las crías que habitan con nosotras, no necesitan más familia y amor del que les brindamos, les enseñamos la libertad y no la represión, les inculcamos el respeto y a no juzgar, no están contaminados ni manipulados por la mentira ni la moral...
Afuera nadie sabía lo que pasaba dentro, todo transcurría como un domingo cualquiera, no se supo de las distinguidas visitas ni en qué terminó la cátedra franca y directa que continuó la señora Sayuri a Doña Felicia e Inelva.
¿Cuánto tiempo pasó? Ni ellas lo midieron, con esa misma discreta visita salieron, pero no solas, en los brazos de Doña Felicia reposaba plácidamente una criatura que por nombre le puso Margarita.
Don Ricardo sin preguntar, siempre con el amor en sus ojos, Margarita, el nombre de la felicidad del campo fue el orgullo de él.
Doña Inelva no tuvo que descastar sus ojos y tuvo un relato más que añadir a su desgastada platica con sus amigas, muchas veces como en la cocina añadiendo y quitando ingredientes para darle sabor a la comida.
Adolfo Delgadillo Padilla
MELODÍA NOSTÁLGICA
Mis ojos se complacen con los azules y grises plomos del cielo de mi ciudad, cortados por las cúpulas humedecidas y recién lavadas de la catedral.
¡Canten pájaros heridos! por las flechas de lluvia que han caído sobre sus nidos.
Y las palmas y, los pétalos de las rosas y margaritas languidecen... ¿o con júbilo encienden sus colores con esperanza de prolongar su estadía?
Las lágrimas vespertinas del firmamento corren desbocadas a la orilla del sendero, saludando al gato que se guarece en un tejaban.
¡Canten piedras! ¡Canten! Que su melodía haga danzar a grillos, renacuajos y rueden hasta el cansancio.
Un enorme espejo refleja mi distorsionada imágen, guardan en su memoria mi fugaz inocencia.
¡Que canten, canten mis pupilas errantes! Que no se cansan de viajar desde el cielo a los cerros, del sendero al granero, del arbusto al tejaban que guarece al gato trasnochero.
Adolfo Delgadillo Padilla
NIDO ABANDONADO
Y te vas, te vas y yo me quedo aquí con los recuerdos que atormentan mi existir.
Y te vas, te vas dejándome sin más que mi propia soledad.
Y te vas, te vas sin que yo tenga una razón ni con nada que vivir.
Y te vas, te vas en busca de la luz mientras yo me quedo en oscuridad total.
Y te vas, te vas acariciando el mar y yo acaricio el final de mi realidad.
Aletargados segundos me esperan y a ti momentos de eternidad que deseo y a la vez no pienso si de algo me servirán.
Anhelo que la ociosidad de ser feliz te hagan recapacitar.
O quizá en un instante me haga olvidar que...
Te vas, te vas y yo me quedo aquí sin recordar el por qué ya no estás aqui.
O por qué yo me quedo aquí a que amanezca.
Adolfo Delgadillo Padilla
LOS PENSAMIENTOS
Los pensamientos andan y hacen de las suyas, que el vecino entre sin que él se de cuenta, que le parta un rayo al compañero o se le quiebre una pata a quien enojar te hizo. Cuando los pensamientos hacen de la suya la persona que te gusta voltea porque así lo deseaste sin exteriorizar, a todo aquello que no quieres que nadie sepa porque aunque no sean pecado mortal lo que deseas si se convierte en algo muy tuyo, que te lo guardas sólo para ti, ya que son deseos que podrían herir susceptibilidades, poner en alerta a alguien o hacer que algo suceda sólo por el hecho de anhelarlo.
Los pensamientos, la mayoría de las veces se nos escapan porque son tantos que no es posible mantenerlos en nuestra cabeza. Nuestros pensamientos vuelan como el amor, el odio, la imaginación imperante a que suceda en este preciso instante, cubriéndonos en una esfera y nos aparte del mundo perteneciendo aún a él. Lo mínimo que esperamos es quedar libres de culpa o remordimiento.
Los pensamientos se escuchan en un silencio, pero muy pocos los descifran, son selectivos y escurridizos. Nos hacen únicos e irrepetibles; por ellos soñamos, divagamos, creamos, destruimos y jamás nos sentimos solos porque nos cuchichean, aconsejan, mal aconsejan y muchas veces se quedan donde habitamos evitando poderlos cambiar.
Pero hay pensamientos que se reprimen y crecen volviéndose obsesión.
Son magia que nos permite tener una vida paralela e independiente de nosotros mismos, alejados de los demás o tan cercanos como las coincidencias.
Los pensamientos rondan como los átomos, viven, se mueven y también sin proponérselo, se mezclan.
Los pensamientos...
Adolfo Delgadillo Padilla
LA SENSIBILIDAD DEL ALMA
Le pusieron Casimiro en honor a su abuelo sin saber que el nombre le quedaría corto, ya que no se habían dado cuenta, hasta que en una revisión médica les dijeron que era ciego el desgraciado niño.
Mirito, así le decían de cariño, había heredado la belleza materna de origen italiano y la gallardía viril de su padre en el cual corría sangre colombiana; a sus dieciocho años estudiaba en una escuela particular de las más prestigiosas de su ciudad natal, donde los edificios se cubrían de jade gracias a la cantera verde oaxaqueña.
Casi, así le decían sus compañeros y amigos porque Casi, se podía decir que si veía, gracias al sentido que desarrollo por no ver. Se dice que el que ve es el cerebro y no los ojos y yo lo creo, porque nomás cierro los ojos y te veo tan nítida como la última vez.
Al cumplir los seis años, Mirito se creó unos binoculares para no gritarle a sus amigos cuando estaban lejos ya que con los catalejos los podía ver de cerca y hablarles bajito fuera de sus casas y no enterar a sus padres por si no los dejaran salir.
Guendanabi era la niña más linda que los ojos del hombre hayan visto, su mirada ponía nerviosos a cualquiera, menos a Casimiro que con tan sólo tocarla ella se enamoró, ella sintió una descarga eléctrica en sus fibras ya que hasta ese día era indiferente al sexo masculino. Ésta era otra capacidad que Casi no deseaba explorar con cualquiera, sólo por el llamado del alma.
Miro, así nombraba Guendanabi al hombre que despertó en ella querer ser el camino que él andara, culminó sus estudios de médico oftalmólogo ¡Increíble! Fué el mejor de la carrera, tenía una precisión en sus intervenciones, devolviendo la capacidad a otros de poder mirar con la extensión del cerebro, que son los ojos.
Sus hijos mezcla italiana, colombiana y oaxaqueña son lo más grabado en la mirada síquica de Miro.
Mi amigo Casi, no me ha querido quitar la luz de mis ojos porque me dice que Beethoven siendo sordo pudo componer las más bellas melodías y yo conservo tu imágen no en mis ojos sino en mi alma, y tú Nonita sigues muy dentro de mi.
Si Van Gogh no hubiera tenido su genialidad, Miro, le hubiera ayudado, porque él mira los campos de cultivo, las casas con techos de paja de donde el humo de los anafres se escapa, el desfile de figuras cambiantes en el cielo a su muy particular forma de apreciar todas las cosas y la carreta arrastrada por los caballos viejos de Don Ramiro que le ha enseñado a ver que hay más camino que forjar.
Adolfo Delgadillo Padilla
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