sábado, 22 de junio de 2019

SECRETO DE FAMILIA



Mirar atrás no siempre resulta agradable, o quizá sí, cuando la nostalgia va por delante, recordar el rocío, el aroma a ocote, pino, a hierba recién lustrada por el sereno, levantarse con ánimos de ahogarse al aspirar toda la vida, mi vida que quedó en el ayer. El recuerdo me ayuda a probar los panqués de naranja, otros de limón con jengibre de la tía Luz, que tenía manos prodigiosas para la cocina. Ella ponía toda su pasión al amasar, picar, mezclar para no confundir su pena con su presente.
Nadie le juzgaba por haberse casado con el esposo de su hermana recientemente fallecida y que al poco tiempo el viudo, ahora esposo de mi tía Luz, descaradamente la estrenara a ella, como la viuda de su cuñado. De todos era sabido que fue una unión, por el lado de mi tía por deseo desde que lo conoció, pero por el lado del tío, por partida doble, sepa Dios sí fué por la ausencia y a fuerza de no poder olvidar a la quien en realidad había amado y quedara todo en familia, tal vez pensó que el sabor de la piel le sabría igual al de la hermana de mi tía.
Quizá creyó mi tía Luz que después de su desgracia sería vista como los panes de mi otra tía Chucha, con pena; más bien fue vista como la vajilla de mi tía abuela, incapaz de volver a ver la felicidad de un banquete, el de la vida, porque la amargura de ser señalada le duró lo que duraban los panes de mi tía Chucha, mucho tiempo.
Los hijos de mi tío, que en paz descanse, que por cierto se llamaba Roberto hicieron todo lo posible para que mi tía Luz en su calidad de viuda no tocara nada del difunto padre, sólo que se quedara con lo vivido.
Esa salsa borracha, esos panes con nata espolvoreados unas veces con sal, canela o azúcar y el frescor casi frío del campo donde se miraban las montañas nevadas, esas que parecían herir el cielo iluminado por la misma luna que he conocido desde que tengo uso de razón, esa intrigosa, hermosa, nada discreta, que sin pudor fué testigo de mi infortunio sentimental y, no lo digo por malo sino porque hasta el sol de hoy me acompaña como me acompañan los sabores esos a los que quiero regresar. A degustar el sabor dulce de esos labios, a sentir el picor y fuerza de sus brazos, la suave entrega ávida y acompañada de no querer terminar nunca, a eterno. A quedarme como la misma hierba, lustrada, lánguida, feliz, fresca, con otro sabor que no era solo el mío, sino el de él, a sentir su jadeo pegado al mío, acompasado del latir de nuestros pechos.
Por eso siempre he pensado que mi tía Luz y yo tenemos algo en común: el deseo pecaminoso por el placer de disfrutar y jamás olvidar aquello que nos haga sentir vivas aunque sea por la añoranza.


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