lunes, 30 de noviembre de 2020

LA AMISTAD

El clima es frío en estos lugares de vegetación exhuberante, los sonidos permiten escucharlos uno a uno aunque sean muchos: el cantar de los pájaros, el viento soplar, el correr del agua en el río, las hojas de los árboles. 

La tranquilidad y estos sonidos te arrullan, te relajan e inspiran y te dejan estar con tus pensamientos que nadie los escucha. Son tantos pero hay tanto tiempo para darle a cada uno su tiempo. 

Recuerdo el día que conocí a Darío con unos cuadernos bajo el brazo y yo sin nada más que con mi natural apertura del desenfado, del no tener nada que perder o nada que ganar, me encontraba en esos momentos en que los días no tienen principio ni final; vivía por vivir. 

Él se me quedó viendo y le sonreí. 

-Hola -me dijo-. -Hola -le respondí-. 

-¿Qué haces por acá? -era una persona muy mayor para mí y siempre he pensado que alguien con experiencia te puede enseñar muchas cosas que con los de tu edad no puedes aprender y, entonces le contesté para no cerrar la conversación-. 

-Nada, sólo estoy dando la vuelta -quizá con la intención de ser invitado a tomar un café porque siempre el mayor, es de ley, quien debe invitar al más joven-. Me empezó a platicar afuera del café en que lo conocí y me dijo que se dedicaba a pintar... me regaló una pintura que no pude apreciar hasta ahora. 

Darse un tiempo para dejar la mente en blanco de todo el ajetreo que la ciudad exige es un bálsamo para el alma. Dario se creo un entorno de divo gracias a que se codeo con grandes artistas de su época como Rufino Tamayo, Toledo, Cuevas; pero él no figuró como ellos. Ésto le provocó un cierto celo, resentimiento y decepción hacia alguno de ellos. Claro que se merecía un lugar entre los grandes pero también para eso se requería de un "feeling", de un carisma del que él no tenía, carecia de la zalamería y de adulador. Su orgullo, su misantropía le hizo ser independiente pero tristemente solo. 

Un día tomando café me dijo que yo iba a ser el heredero de sus caudales, cosa que me causo risa porque vivía solo con lo necesario y sería, a falta de familiares, que si los tenía, pero en cincuenta años no veía a ninguno de ellos, el dueño de su departamento que fue de Arreola y lo construyó para una de sus amantes. 

Rafael no había sentido el calor reconfortante de una chimenea cuando afuera las criaturas del bosque se refugiaban y los bailes de la vegetación se escuchaban a fiesta mientras él reflexionaba sobre la ausencia de su gran amigo Darío que le enriqueció con largas charlas y experiencias de su interesante vida. 

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