jueves, 6 de abril de 2023

EL LEGADO


Toque la madera apolillada tres veces, del otro lado de la puerta corroída por el tiempo contesta a mi llamado una voz con carraspera "Voy".

El chirrido de la madera denota el tiempo, como llorando y extrañando cuando se abría para recibir en sus tiempos de buena moza, bien cuidada y barnizada a personajes de buena cuna, deja ver a una mujercita empequeñecida, canosa, con reboso raído por el uso, pies cenizos ya curtidos por la falta de mimos.

-Buenos días, diga.

-Buenos días, Doña Micaela, soy La Chata, su vecina la que vivía aquí a la par de su casa.

La mujer, dueña de esas líneas definidas en el rostro se quedó por un momento sorprendida tratando aclarar su mente cuando en antaño no era ella la que abría la puerta, sino Teofila, una de las criadas de esa casona del ilustre doctor del pueblo, Don Zacarías. Se llevó la mano a la cabeza, luego a los ojos cubiertos por las cataratas y con el dedo índice encorvado asintió.

-¡Chata, chamaca de mi vida! -Emocionada, duda en invitarla a pasar a esas ruinas en las que a ella le costó tiempo acostumbrarse -¡Ay mija, pasa, que el sol está por amenazar. ¿Qué aires te trajeron por acá? 

-Vine a visitar a mi tía Eduviges que se ha quedado sola desde que sus hijos migraron y su esposo falleció ¿Que ha sido de usted?

-Esa pregunta te la hago a ti ¡Tanto tiempo, mira ya nada es lo mismo! -Con un dejo de nostalgia, caminando con paso lento pero segura por donde caminaba a pesar de no distinguir ya ni las siluetas de los muebles, con una soltura, de en valde los años de conocer esa casa de memoria, en la que jugaba con sus hermanos a recorrerla a ciegas sin tener que tropezar-. ¡Has de estar sedienta! -Toma un jarro de barro y le sirve agua de la jarra y se lo ofrece-.

-Muchas gracias, -agradecida, La Chata, comienza a recordar la capirotada hecha por Justinita, la madre de Doña Micaela, ¡Cómo olvidar el dulce de tortilla de leche! ¡Cuántos recuerdos! -Exclamo La Chata-. Y ahora usted sola-.

-El tiempo es implacable, mija, ya no queda nada, pero mírame, no me doblo. Me acompañan los recuerdos que llegan  aunque aveces no sean bienvenidos jajajaja -Siempre sin haber perdido el optimismo y mecánicamente se lleva la mano para cubrir la ausencia de dientes, bueno, aún teniéndolos era un gesto discreto femenino que hacía cuando de joven- Ahora me queda tener paciencia ¡Cuidado con lo que pides! Ya ves, siempre dije que quería vivir muchos años y, aunque Dios parece no estar y no escuchar ¡Si lo hace y cumple! A algunos nos hace los huevos al gusto-.

La Chata escuchaba a  Micaela, su vecina, amiga a pesar de la diferencia de edades ¿20? Se llevaban tan bien y se sentían un cariño indescriptible-.

Micaela, deja la silla, abre un enorme mueble de madera que a pesar del tiempo no deja de presumir e imponer su majestuosidad, toma una bolsa que guarda un sobre amarillento muy bien conservado, con la manos ya no tersas ni flexibles; cuidadosa, lo sacude del polvo que no tenía por lo bien resguardado, se lo da a La Chata y le dice: "Temia ya no volver a verte para entregarte ésto, nadie mejor que tú. Uno ofrece por amor y otro debe aprender a recibir para corresponder a qué lo dado tenga continuidad y que no se pierda en el vacío de quién no lo merece más que tú.

La Chata sin responder, lo toma, se incorpora y con un fuerte abrazo se despide de sus recuerdos. Micaela, feliz, tranquila le sonríe y la encamina sobre ese pasillo que seguramente verá el renacer de lo muy bien guardado por mucho tiempo; ver florecer una nueva generación adecuada a la generosidad.

En el pueblo se abrían ventanas, puertas para atisbar sin dejar ver las caras curiosas a su paso.

Todos, menos ella sabían que Doña Justinita, una sumisa esposa, era su abuela y el doctor un hombre educado estrictamente en su época no logró acallar el secreto a voces que empañó su reputación. Tampoco Doña Micaela iba a violentar la vida ya hecha de Isabel, a la que nadie sabe por qué le decían La Chata. Se quedó con su secreto, que a estas alturas la llenaba solo a ella, ese secreto tan bien custodiado como el testamento entregado en las manos de quién no era posible decirle: "Hija, soy tu madre".

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