La neblina que besaba el piso de la iglesia, las imágenes de los santos las distorsionaba, el altar daba la impresión de no pertenecer a este mundo. En la calle los arbotantes se esmeraban en alumbrar la penumbra a causa de haber bajado el cielo entero. Yo me sentía flotar, hacía que volaba con alas de ángel y que mis pies levitaban del suelo terrenal.
Me sentí abrazado y supuse que si alguien pudiese verme, no me reconocería, ya que me sentía protegido por la magia del vaho espiritual.
Esperé la llegada de Dios a qué me contara y yo contarle muchas cosas. Quería hablarle lo bien que me sentía en su casa, que según también era la mía pero en la cual jamás dormía o comía y cuando un día quise hacerlo, el padre me retiro de la fila con una sonrisa de piedad amorosa que no podía ser ocultada en esa cara bonachona.
Me preguntaba que cosas podría platicar con Dios y las cosas que Él podría contarme. Me diría como es el lugar en donde vive, bueno, aunque Él vive en todas partes.
Me sentía siempre dichoso en espera de verlo, no desistía, no desesperaba, simplemente esperaba y no me inquietaba el porque no podía verlo, ya que sabía que nadie puede verlo, solo sentirlo y, acepté y me conformaba con eso. No era difícil para mí entenderlo. El echo de saberme seguro, gozoso, indescriptiblemente feliz; ya me sabía estar con Él. Quizá la pregunta sería ¿Todos sienten lo mismo que yo? La verdad no me hubiera cuestionado.
...Lo que si me intrigaba es si Dios vive con alguien allá en el cielo ¿Con quién come, duerme, platica? En realidad esas preguntas me las he podido hacer hoy porque cuando uno tiene la inocencia de un niño, eso uno no se pregunta, simplemente creé. Ahora después de todo y de haber caído en la duda, todo me es claro. A Dios solo lo he visto como pocos, no en mi imaginación, sino en ese lugar que algunos podemos abrir para que pueda entrar, en ese lugar inexplicable el cual no vale expresarlo porque casi nadie entiende.
"¿Ángel, mi mamá que ya no la tengo me puede ver o escuchar?" "No. Porque ella ya se encuentra en un lugar mejor en el cual descansa."
Pregunta inquietante a una respuesta simple para los que buscan o rascan más allá de lo posible o imposible. Para mí fue suficiente.
Entró al templo un señor encorvado, siempre mirando al suelo con pasos lentos y dolorosos. Me dije: "Es triste no ver más mundo que el que él ve" y agradecí el panorama que se me ofrecía al poder mirar a donde yo quisiera, levantar y volver la mirada fácilmente a todos lados.
"¿Ángel, por qué está ese señor así?"
"Por encorvarse demasiado."
Desde ese instante jamás inclino mi cuerpo salvo para levantar algo.
La bruma abandonó el interior de la iglesia, el jorobado también, yo quedé maravillado viendo las bancas sin feligreses. El lugar jamás se sentía vacio, no lo digo por las imágenes de los santos, no, sabía que no me quedaba solo.
Me despido de Ángel, Ángel tiene unas alas pero no lo he visto volar y cuando platico con él, yo vuelo, mi imaginación se va tan lejos que me da miedo no regresar.
Salgo, cruzo el portón de madera adornado de caritas, flores y trenzas y en las escalinatas de la entrada doña Jacinta que pide limosna me dice "ah eres tú ¿viste al jorobado que acaba de salir?"
"Si."
Siempre viene, su esposa e hijo lo abandonaron por su problema, él trabajaba de jornalero en el campo y por eso se encorvó y de la tristeza se le agudizó más la bola de la espalda.
Me despedí en el momento que el sol le devolvía color al tono gris que daba la niebla, era como ir deslizando lentamente un velo que opacaba el verde de los árboles, las fachadas de las casas, las flores, y los chales y faldas de las mujeres que caminaban por la plaza.
Fui camino a casa seguido por "Firulais" moviendo la cola. Al "Firulais" todos le dan de comer, a mí mi abuelita.
Tengo que decir que la niebla me gusta mucho porque como ya lo había comentado, me siento en otro mundo, en ese mundo que nadie visita, solo yo, en el que me encuentro con Ángel que solo habla conmigo, el encorvado que no habla con nadie, a doña Jacinta la limosnera del pueblo que habla de todos, se sabe la vida de el pueblo y también la mía y a Dios, que aunque dicen, no se le puede ver, yo aseguro que si.
Llego a casa, mi abuelita pone un jarro de atole en la mesa y un bolillo con nata, me acerca el azúcar y la sal porque sabe que me gusta ponerle a la mitad del bolillo sal y a la otra mitad azúcar.
Ella tampoco sabe lo que les he contado, salvo que paso a la iglesia solo a rezar por mi mamá después de haber comprado el mandado que me pide. Debo decirles que mi abuelita también se está encorvando, yo digo que es por la edad y la misma tristeza de haber perdido a mi mamá.
Yo no siento la tristeza de mi abuelita y del jorobado porque tengo a mi abuelita y voy a la escuela donde aprendo las letras y así escribiré el nombre de mi mamá, Yolanda, también quiero escribir el de mi abuelita, el de Dios y el de la niña que se sienta en la esquina del salón de clases de la que me tiene sin cuidado su raída vestimenta que todos juzgan. Me gustaría platicar con ella como platico con Dios y Ángel.
Con la bruma de todos los días comienza mi día, yo no podría acostumbrarme sin sus besos húmedos que me despiertan por muy adormilado que me levante.
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