miércoles, 15 de marzo de 2017

HISTORIA DE UN RETRATO


Saqué la película fotográfica de su caja para colocarla en la cámara, procurando de que quedaran las pestañas en los orificios del carrete, cerré la cámara y le di vuelta al rollo hasta topar, era la indicación para poder tomar la primer fotografía. Miré en el visor para enfocar mi objetivo, la casa era de adobe con un árbol de tabachin a cada lado de ella, macetas, una banca de madera con patas de tabique rojo y un balde de aluminio que se utilizaba para acarrear agua del arroyo víbora.
Oprimi el disparador, ciertamente la casa no era en realidad mi principal protagonista, mi modelo con una sonrisa divertida en espera del preludio de la inmortalidad >>pajarito, pajarito<< y con un ademán de complicidad y diálogo con la cámara, como debe de ser, en un coqueteo femenino levantó su mano derecha a la altura de su sentir, o sea, de su pecho para ofrecer a la vista del lente, el fulgor de sus bagatelas que adornaban sus cinco dedos. Esa musa era mi tía Ufemia.
Llegaba al tondal de Don Fede a pedir su >>Superior<<, cerveza mexicana, pero que en realidad era una bebida de cola y se la trincaba en dos codazos.
Su aspecto era lastimero, pero no se le podía juzgar de sucia.
La insidia de llamarla >>loca<< franqueó más allá de Ojitlán Oaxaca, sin comprender lo que había detrás de ese trastorno. Mi muy amada tía fue obligada a casarse por su madre por causa de un pueril artificio de usanza ¡Vaya flagelo en su lirismo de amor! Porque mi tiíta fue víctima de una homosexualidad reprimida, socialmente llamada machismo y ésta fue la causa de su desgraciada aflicción de ser maltratada hasta la inconsciencia literal, orillada al limbo del delirio y castigada en permanecer en la fractura de lo innegable, por eso y para no ser jamás deseada por algún otro interés más que por ella -y por mi desinteresado amor-, de calzado era la greda de sus pies chinantecos de mujer humilde de espíritu, de remiendo su vestir, de desastroso su tocado, de incoherente su lucidez.
Se fue cansada, quizá por fingir su mito, se retiró en silencio para no ser descubierta en su cuerda agonia por ser una mujer divina como sólo se dan en la Chinantla oaxaqueña.
Me quedo con con su única artimaña que tenía para protegerse del que debía de ser el amor más grande... su madre, mi abuela, mis raíces y mi aprendizaje de esta historia fascinante que hubiera quedado en el confinamiento de las fantásticas crónicas de mi experiencia. Ah también me quedé con el intenso color de los árboles de tabachin que vívido el ambiente de los moradores de mi pueblo, me regalé el balde de aluminio que arde con la luz que brindan mis árboles de infancia con su fotografía.

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