miércoles, 15 de marzo de 2017

VISITA DE MAMÁ GRANDE


Cuando no llega la inspiración ¿Con qué me quedo para escribir? ¿Con el alma, espíritu o el sentimiento?
La razón es tan fría que no me permite soñar, volar, crear fantasías difíciles de creer. Cuando la apatía se instala en mi ser, no hay máquina de imaginación. ¿Pero la vida no es parte de la imaginación? Muchas veces he soñado vivir y vivo soñando, entonces ¿Por qué no permitirme crear los sueños sin soñar?
Recuerdo a mi abuelita que en las noches cuando sus hermanas llegaban se ponían a platicar sobre fulano, sutano o merengana, sus platicas eran sobre sus recuerdo, giraban las historias en la revolución o de espantos; estás charlas me mantenían al hilo hasta que el sueño me vencía.
Cualquier día, quizá de lluvia que ayudaba arrullar o como sedante de todo un día ajetreado se me quedó grabado el ritual del saludo entre vecinos y, digo vecinos cuando los separaban muchas veces maizales eternos. Hoy por hoy ni el saludo de mano quiero dar, mucho menos con esta tecnología en dónde por saludo es un Whatsapp.
Si el pinole fuera tiempo de un reloj de arena, el tiempo en mi ya no existiría, todo me lo comería, pero vino a mí, me recordó las sencillas tortillas con frijoles y salsa roja de molcajete, atole de masa y las manos rugosas de mi tata Martha.
Y me pregunto si la ciencia es un sueño o sueño con la ciencia, pero no se me presenta real en mi acción porque vivo de mi pasado y, dicen que quien no tiene pasado no tiene derecho a vivir el presente.
No recuerdo cuándo me abandono mi abue ni tampoco si ella sigue acompañándome ¿Quién sabe si la muerte no es la misma, de estar o no estar en esta vida? Que no es como la creemos, eterna, que muere; la muerte para siempre por siempre pero no eterna, porque la locura pasajera por la vida misma es un don que debemos exprimir hasta lo amargo de lo vivido.
Es por eso que cuando la inspiración no entra, debo muchas veces de abrir el cuaderno de mis recuerdos.

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