miércoles, 9 de noviembre de 2016
HILARIA HIJA DE LA ARCILLA
La susceptibilidad por saberse distinta afloraba en ese inmenso océano de soberbia por alcanzar el cielo con montones de cemento y fierro, animales de lámina que sólo andan cuando les dan choques de electricidad tan distantes a los de su tierra que aletean por el simple soplar del viento, que corren por el gusto de hacerlo y comen lo que la generosa madre naturaleza les provee sin reserva.
Hilaria, trenzaba sus hebras de carbón avivando la envidia de finas faldas y a friolentos mozos incitaba por sus carnes cerradas, su sal al andar y doncellés actitud ¡Ay Hilaria! ¿A quién culpar de tu prendente hermosura?
Le era difícil cruzar calles en vez de arroyos frescos, cristalinos, insinuantes por beberlos, humedecer la tela delgada aferrarsele a sus gruesos muslos presentando sus pechos coronados de vida.
Qué difícil era para esa mujer de tierra jugosa esquivar inútiles rodantes a sus peces que acariciaban sus pedestales.
"Si todos somos iguales qué diferencia encuentran con su misterio al mirarme"
Hilaria, no sucumbas a la infecunda labia amañada ni permitas abatirte por lenguas biperinas, más bien la prudencia triunfe equiparable a tu beldad hasta que ancle el amor y deshile tus carbonadas catiras que adornan tu cardar.
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