jueves, 14 de agosto de 2014
DESPERTAR
De la esquina de su casa salían los camiones "Niño perdido" donde había un puesto de periódicos y allí leía a "Kaliman, Memín Pinguín, Rarotonga. Muchas veces se trepaba en uno de esos autobuses y en sus rutas conoció la XEW y llegó hasta Santa Julia, en donde supo del "Tigre", que para su edad, no me acuerdo cuántos años tenía, pero aún su papá vivía, y ya asistía a la escuela... ¿la primaria, el kinder?
Martín, escuincle mocoso, siempre en calzón, cuando bien se cubría, salía a la calle arrancando santiamenes o carcajadas de quien lo veía.
-¡Ave María purísima! ¿Pues que este chamaco no tiene quién lo vista?
-Pues si a de tener porque de hambre por la pinta no le ha de faltar.
El mozalbete lo que tenía de chiquito lo tenía de aventurero, de inquieto, vaya, era un niño como ya no lo son los de ahora; juguetón, callejero, porque la inseguridad y las tablets ya no se los permite a los de hoy. Tal parecía que el mundo le pertenecía, era efecto de admiración y una que otra envidia ¡y como no! este pingo, era claro, que sus aventuras hasta el mismo superhéroe de las historietas que leía, para él las deseaba.
Cuando el calor era fuerte se sentaba a la sombra del triángulo donde se exhibían las revistas.
Así pasaron algunos años e intercalaba sus lecturas entre el puesto, la librería cristiana que estaba pasando la calle y la biblioteca pública que se encontraba en el jardín y presumía, era suyo.
¿Cuántos años tenía? Pa'que les miento, creo que ni él mismo sabía.
El Martín tenía un amigo y ese amigo era el "Yaco", un perro flaco que si de pulgas no lo llenó fue de pura suerte o, ¿que se yo? ah y el vendedor de revistas que con gorro de albañil parecía amigo de Memín Pinguín porque era de piel ¡morena morena, tirandole a muy morena!, ¡que digo morena, un poquito más allá de eso! pero sus facciones eran de una persona ¡nada morena! Se llamaba... no recuerdo, era lo de menos, lo interesante es que vendía mejor que todos los puestos de por allí. Un panal de mujeres y uno que otro hombre, tan sólo por verle hasta dos periódicos al día le compraban. Podria decirse que gracias a él, el barrio y un poco más retirado se alfabetizó.
Cuando llovía el dueño del puesto, del que les digo no recuerdo su nombre, lo invitaba a guarecerse al interior para que no se mojara. Las atenciones del joven comerciante hacia el ya no tan niño Martín eran evidentes y esto ya no pudo ser desapercibido por el mismo "Martinillo". Descubrió que su piel contrastaba a la de su amigo y le resultó fascinante, ahora sus visitas al puesto eran por dos razones, las revistas semanales y disfrutar la piel que el mismo sol acariciaba sin recato alguno, obligándolo a hacerse sus propias historietas.
En su casi desaparecida ingenuidad Martín no pudo evitar sentir éxtasis al ver a su amigo agacharse y percibir el contraste de su piel con su níveo calzón. Un orgasmo al quedar los dos encerrados apartados del mundo, cuando de frente como una donación de vida la nacarada poción le hizo sentir su primer espasmo.
Nada volverá a ser igual,
Martín acaba de despertar,
ni el color de la piel será
aunque él la deseé recordar.
Nada como ese divino instante,
si es que fue realidad,
con los años llegará a ser
como un sueño
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