martes, 18 de diciembre de 2018
EL VIEJO
Era necesario, urgente retirar las jergas de las habitaciones para que el abuelo no terminara limpiando el piso como ellas porque un día de estos se iba a caer pisandolas y resbalarse.
Dijo Eustacia, de la que era evidente que el abuelo Eusebio le importaba. El abuelo aunque se sabía de pies a cabeza el teje y maneje de esa casa y que podía andar a ciegas en ella, estamos de acuerdo que no tenía ojos en los pies y por lo tanto sus movimientos ya no eran tan ágiles como para darse el lujo de contar una de esas caídas.
Don Eusebio era un viejo muy querido y aunque era muy testarudo, sus nietos e hijos lo procuraban; esperanzas que lo vieran como un mueble.
-Abuelito, tómate tu medicina
-¡No y tres veces no! dejen de jorobar, la medicina a ustedes los tiene drogados.
Caminaba aletargado arreglaba esto, acomodaba lo otro; con el solo toque de su bastón le devolvía la luz a un foco que se había apagado cuando su familia lo creía fundido, removía la tierra de las plantas y recogía la basura con el mismo bastón.
Muchas veces sentados a la mesa Don Eusebio hacia gala de su sabiduría y les compartía su particular punto de vista a su prole, "Sean firmes en lo que yo les he inculcado, si es cierto que yo no tengo la verdad absoluta, pero es lo que me ha hecho vivir tanto, recuerden que el único pecado en esta vida es: no ser felices, el peor sentimiento que alguien te puede dejar es: la culpabilidad..." Y así día a día les demostraba su amor.
-Abuelito, eres todo para mí
-Y ustedes son lo único para mí, lo único que voy a dejar, son mi herencia- le respondió a Eustacia que siempre la dejaba con algo en que pensar mientras retiraba las jergas que pudieran cruzarse en el camino del abuelo.
Adolfo Delgadillo Padilla
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