miércoles, 15 de marzo de 2017

OLA


Si eres espuma llegarás al recuerdo de quien te a soñado, sentido; sentido le da en poner tu recuerdo en el lugar y tiempo que te plazca.
Recuerdo tu arribo, tu beso, tu ausencia suave en mi embelesamiento al hipnotizarme con tu arrullo imponente.
Eterna imágen me resguardas en mis temores para depositarme firme en mi real arribo cotidiano.
Acompañado por cristales de roca, conchas, sales dulces y destellos confortantes del fuego que matiza tu andar.
Tu andar es experiencia a mis secretos que guardas tan dentro de los riscos celosos de curiosos.
Ola confidente, susurrante, mitigante, analgésica de penas y enervante de eufóricos amantes.
Ola embriagante que tus efectos perduren para mitigar el instante último ineludible de que la huella ha quedado.

AMANTE LEJANA


Me llama lo plata de la luna porque tú desprecias mis lagunas de amor.
Fijo mis pupilas en el contorno de las ramas porque tus armas desarman mi mirada.
La luz tenue o encendida en nostalgia admiro porque de ti ni un suspiro.
Arráncame el delirio porque moriré entonces por no seguirte e irme con el infinito.

HISTORIA DE UN RETRATO


Saqué la película fotográfica de su caja para colocarla en la cámara, procurando de que quedaran las pestañas en los orificios del carrete, cerré la cámara y le di vuelta al rollo hasta topar, era la indicación para poder tomar la primer fotografía. Miré en el visor para enfocar mi objetivo, la casa era de adobe con un árbol de tabachin a cada lado de ella, macetas, una banca de madera con patas de tabique rojo y un balde de aluminio que se utilizaba para acarrear agua del arroyo víbora.
Oprimi el disparador, ciertamente la casa no era en realidad mi principal protagonista, mi modelo con una sonrisa divertida en espera del preludio de la inmortalidad >>pajarito, pajarito<< y con un ademán de complicidad y diálogo con la cámara, como debe de ser, en un coqueteo femenino levantó su mano derecha a la altura de su sentir, o sea, de su pecho para ofrecer a la vista del lente, el fulgor de sus bagatelas que adornaban sus cinco dedos. Esa musa era mi tía Ufemia.
Llegaba al tondal de Don Fede a pedir su >>Superior<<, cerveza mexicana, pero que en realidad era una bebida de cola y se la trincaba en dos codazos.
Su aspecto era lastimero, pero no se le podía juzgar de sucia.
La insidia de llamarla >>loca<< franqueó más allá de Ojitlán Oaxaca, sin comprender lo que había detrás de ese trastorno. Mi muy amada tía fue obligada a casarse por su madre por causa de un pueril artificio de usanza ¡Vaya flagelo en su lirismo de amor! Porque mi tiíta fue víctima de una homosexualidad reprimida, socialmente llamada machismo y ésta fue la causa de su desgraciada aflicción de ser maltratada hasta la inconsciencia literal, orillada al limbo del delirio y castigada en permanecer en la fractura de lo innegable, por eso y para no ser jamás deseada por algún otro interés más que por ella -y por mi desinteresado amor-, de calzado era la greda de sus pies chinantecos de mujer humilde de espíritu, de remiendo su vestir, de desastroso su tocado, de incoherente su lucidez.
Se fue cansada, quizá por fingir su mito, se retiró en silencio para no ser descubierta en su cuerda agonia por ser una mujer divina como sólo se dan en la Chinantla oaxaqueña.
Me quedo con con su única artimaña que tenía para protegerse del que debía de ser el amor más grande... su madre, mi abuela, mis raíces y mi aprendizaje de esta historia fascinante que hubiera quedado en el confinamiento de las fantásticas crónicas de mi experiencia. Ah también me quedé con el intenso color de los árboles de tabachin que vívido el ambiente de los moradores de mi pueblo, me regalé el balde de aluminio que arde con la luz que brindan mis árboles de infancia con su fotografía.

VISITA DE MAMÁ GRANDE


Cuando no llega la inspiración ¿Con qué me quedo para escribir? ¿Con el alma, espíritu o el sentimiento?
La razón es tan fría que no me permite soñar, volar, crear fantasías difíciles de creer. Cuando la apatía se instala en mi ser, no hay máquina de imaginación. ¿Pero la vida no es parte de la imaginación? Muchas veces he soñado vivir y vivo soñando, entonces ¿Por qué no permitirme crear los sueños sin soñar?
Recuerdo a mi abuelita que en las noches cuando sus hermanas llegaban se ponían a platicar sobre fulano, sutano o merengana, sus platicas eran sobre sus recuerdo, giraban las historias en la revolución o de espantos; estás charlas me mantenían al hilo hasta que el sueño me vencía.
Cualquier día, quizá de lluvia que ayudaba arrullar o como sedante de todo un día ajetreado se me quedó grabado el ritual del saludo entre vecinos y, digo vecinos cuando los separaban muchas veces maizales eternos. Hoy por hoy ni el saludo de mano quiero dar, mucho menos con esta tecnología en dónde por saludo es un Whatsapp.
Si el pinole fuera tiempo de un reloj de arena, el tiempo en mi ya no existiría, todo me lo comería, pero vino a mí, me recordó las sencillas tortillas con frijoles y salsa roja de molcajete, atole de masa y las manos rugosas de mi tata Martha.
Y me pregunto si la ciencia es un sueño o sueño con la ciencia, pero no se me presenta real en mi acción porque vivo de mi pasado y, dicen que quien no tiene pasado no tiene derecho a vivir el presente.
No recuerdo cuándo me abandono mi abue ni tampoco si ella sigue acompañándome ¿Quién sabe si la muerte no es la misma, de estar o no estar en esta vida? Que no es como la creemos, eterna, que muere; la muerte para siempre por siempre pero no eterna, porque la locura pasajera por la vida misma es un don que debemos exprimir hasta lo amargo de lo vivido.
Es por eso que cuando la inspiración no entra, debo muchas veces de abrir el cuaderno de mis recuerdos.

DON BENI


Era peripatético tanto que por más que trataba de pasar inadvertido no lo conseguía, una flor diferente adornaba su sombrero desgastado por los recuerdos, su vestimenta contrastaba con su persona de acendrado personaje y, tan nefelibato que inmediatamente se entregaba a sus lecturas.
Era común verlo acompañado por una pila de libros que religiosamente descansaba en la mesa del café del pueblo. Bebía su café, deleitándose cómo la lluvia alimentaba las calles convirtiéndolas de maíz molido a chocolate. No muy pocas veces el vapor que levantaba la lluvia al refrescar la acalorada tierra que a gritos pedía ser bañada por los edredones de algodón de Dios, le empañaban sus diminutos lentes que inútilmente le cubrían sus lágrimas de emoción por ver llover.
Cuando se discurría la cortina que distorsiona el kiosko, las bancas, la iglesia con sus torres, el palacio municipal y la pequeña escuela; hacía parecer las luces más grandes permitiéndoles ser retratadas en los cenegales del accidentado paisaje.
Don Benigno transformaba su rutina en magia, aspiraba el petricor que las rúas de su pueblo despedían después de colorear aún más el plumaje de las aves que dejan las copas de los árboles.
Mozos, majas, niños, el sacerdote, el sacristán, el monaguillo, el presidente municipal y la hetaira del edén aquél se motivaban por el espíritu inmarcesible del último personaje popular que les quedaba.
Don Beni, como le llamaban, cuentan que se enamoró de su prima sin saber que era su pariente, Takara. La bella mulata perdió la batalla contra un mal desconocido y Don Beni que de niño le decían Bebe, quedó condenado al mayor aislamiento de sus semejantes, salvo por sus visitas al café de los portales que con el perfume que despide el grano negro y el viento pasea por las montañas y lo eleva para que los que viven allá arriba de los cojines de Dios lo perciban y, en sus notas de sabor puedan leer, escuchar el silencio de los poemas que Don Benigno en mutismo guarda en su corazón resiliente.