viernes, 25 de julio de 2014

APRENDER A MADURAR

APRENDER A MADURAR

Quería remover las cajas y lo que terminé removiendo fueron los recuerdos.
En ese hospital no era bienvenido, por lo menos por la familia de Saúl, que en ese entonces ya no era mi pareja, pero el amor de él hacia mi seguía vivo, el mío se había quedado estático por el miedo a la realidad.
Todo comenzó o más bien empezó el final cuando tenía que soportar majaderias de sus papás, todo lo contrario de como me recibía Saúl de cuando me veía llegar a la hora de la visita. La muestra de amor se refleja sin darte cuenta, como pasar por alto los insultos, cambiar pañal, en una palabra me olvide de mí, para pensar en él.
En cuanto salía del hospital, me embargaba un sentimiento ambiguo, triste porque sabía el desenlace y liberado de tener el poder de alejarme de ese lugar, que me ahogaba, me deprimia. Siempre solo, andaba las calles, algunas veces húmedas como mis mejillas, otras secas, como me sentía. No veía nada, la gente me era ajena, el bullicio se acallaba, parecía levitar y a la vez sentía un peso inmenso sobre mí.
¿Alguna vez se han inundado de amargas cascadas de llanto por dentro? En todo ese tiempo aprendí lo que es el dolor propio, porque cuando se te muere un padre, un hermano, el amigo, es compartido, pero cuando se te muere el compañero de vida o el hijo, el pesar sólo te pertenece a ti -o eso creé uno-.
Por ser homosexual mi relación no tenía validez ni para mi familia, eso pensaba porque ellos estaban en lo suyo ¿Cómo pedirles que pensaran en mí?
Este trance lo vivi sin demandar ayuda ni atención, además no la quería, aunque la requería. Esa fue mi experiencia en la que me di cuenta que el amor que tenía era para donar y no deseaba de ninguna manera que mis hermanos pasaran por el camino que a mi me tocó.
Poco a poco veía como minaba la vida de Saúl, el ser que por nueve años fue mi amigo. Destrozado, se forjaba mi carácter y hasta una parálisis facial por la somatizacion.
El día que falleció no me avizaron, me di cuenta al llegar a la cama vacia, lista para recibir a otro paciente. Tampoco fui requerido en el funeral, algo así como, sin derecho de admisión, pero entré al anfiteatro del hospital, un lugar custodiado. Los forenses se compadecieron y me permitieron despedirme del cuerpo inherte con un beso en su rictus de angustia.
No recuerdo haber recibido el consabido "Lo siento". Por esto no albergo rencor, resentimiento, no había lugar para sentimientos mezquinos.
A mi familia la entiendo, nadie nos educa para estos casos, tal vez lo que deseaban era respetarme. Era claro que ellos estaban conmigo, que me entendían y que en ese momento yo no tenía la capacidad de pedir, sólo de darme a quien realmente me necesitaba al final de su recorrido.
En realidad a mis hermanos les ofrezco una disculpa por no haber tenido la humildad de pedirles y decirles: "lo mucho que me hacian falta".
Me doy cuenta que algunas experiencias deben ser y son personales y que no por eso uno se encuentra abandonado.
Terminé de dejar las cajas donde estaban, no era conveniente buscarles otro lugar porque avivan heridas que ya estaban sanadas.

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