APRENDER A MADURAR
Quería remover las cajas y lo que terminé removiendo fueron los recuerdos.
En ese hospital no era bienvenido, por lo menos por la familia de
Saúl, que en ese entonces ya no era mi pareja, pero el amor de él hacia
mi seguía vivo, el mío se había quedado estático por el miedo a la
realidad.
Todo comenzó o más bien empezó el final cuando tenía que soportar majaderias de sus papás,
todo lo contrario de como me recibía Saúl de cuando me veía llegar a la
hora de la visita. La muestra de amor se refleja sin darte cuenta, como
pasar por alto los insultos, cambiar pañal, en una palabra me olvide
de mí, para pensar en él.
En cuanto salía del hospital, me
embargaba un sentimiento ambiguo, triste porque sabía el desenlace y
liberado de tener el poder de alejarme de ese lugar, que me ahogaba, me
deprimia. Siempre solo, andaba las calles, algunas veces húmedas como
mis mejillas, otras secas, como me sentía. No veía nada, la gente me era
ajena, el bullicio se acallaba, parecía levitar y a la vez sentía un
peso inmenso sobre mí.
¿Alguna vez se han inundado de amargas
cascadas de llanto por dentro? En todo ese tiempo aprendí lo que es el
dolor propio, porque cuando se te muere un padre, un hermano, el amigo,
es compartido, pero cuando se te muere el compañero de vida o el hijo,
el pesar sólo te pertenece a ti -o eso creé uno-.
Por ser
homosexual mi relación no tenía validez ni para mi familia, eso pensaba
porque ellos estaban en lo suyo ¿Cómo pedirles que pensaran en mí?
Este trance lo vivi sin demandar ayuda ni atención, además no la quería,
aunque la requería. Esa fue mi experiencia en la que me di cuenta que
el amor que tenía era para donar y no deseaba de ninguna manera que mis
hermanos pasaran por el camino que a mi me tocó.
Poco a poco veía
como minaba la vida de Saúl, el ser que por nueve años fue mi amigo.
Destrozado, se forjaba mi carácter y hasta una parálisis facial por la
somatizacion.
El día que falleció no me avizaron, me di cuenta al
llegar a la cama vacia, lista para recibir a otro paciente. Tampoco fui
requerido en el funeral, algo así como, sin derecho de admisión, pero
entré al anfiteatro del hospital, un lugar custodiado. Los forenses se
compadecieron y me permitieron despedirme del cuerpo inherte con un beso
en su rictus de angustia.
No recuerdo haber recibido el consabido
"Lo siento". Por esto no albergo rencor, resentimiento, no había lugar
para sentimientos mezquinos.
A mi familia la entiendo, nadie nos
educa para estos casos, tal vez lo que deseaban era respetarme. Era
claro que ellos estaban conmigo, que me entendían y que en ese momento
yo no tenía la capacidad de pedir, sólo de darme a quien
realmente me necesitaba al final de su recorrido.
En realidad a mis
hermanos les ofrezco una disculpa por no haber tenido la humildad de
pedirles y decirles: "lo mucho que me hacian falta".
Me doy cuenta que algunas experiencias deben ser y son personales y que no por eso uno se encuentra abandonado.
Terminé de dejar las cajas donde estaban, no era conveniente buscarles otro lugar porque avivan heridas que ya estaban sanadas.
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