viernes, 27 de junio de 2014

BULMARO, MI CAPATAZ



La casa era de teja, vigas y adobe, de una sola planta, en las ventanas infinidad de macetas con flores multicolores y del tejado caía como cortina la cascada de diminutos brillantes que retrataban la vegetación , el cielo nublado, el sendero, el pozo y a mí que, en calzoncillo corto, jugaba a hacer carreteras y pastelitos de lodo con una taza de peltre, adornada con florecillas color azul, rosa y amarillas.
En el camino venía Bulmaro, trabajador de mi abuelo "Tello", así le llamaban porque se llamaba Eleuterio; regresaba de un mandado que mi abuelita Fausta le había encargado. Algunas mujeres se llaman más bonito, pero son "feas", mi abuelita no, era de una belleza que engranaba con la naturaleza.
Allí en la casa grande, así le llamaba la gente del rancho a mi hogar, había gran alboroto, en el cual no me permitieron participar, no sé por qué, de lo único que me percaté era del olor a café.
En casa no tomabamos café, por eso la rareza de ese rico aroma que emanaba de la casa grande, que era de mi abuelo, que algún día -decían- sería mía.
Bulmaro se acerca: -¿Qué haces jugando con esta lluvia? Era delgado y a pesar de que cargaba bultos, picaba tierra, arriaba ganado; siempre utilizaba pantalón y camisa limpia, eso sí, con huaraches de suela gruesa.
- Nada...¿Quieres un pastel? -Le contesté mirando en medio de sus pantalones. Mis carreteras se desbarataron pronto por la lluvia.
Bulmaro se puso detrás de mi para ayudarme a hacer mejor mis pastelitos, que también se derretían; sentí una corriente eléctrica cuando rozó la parte trasera de mi pantaloncillo corto, le sentí el bulto, ese que tanto desviaba mi mirada, y empujó suavemente y enchino toda mi piel; dejó de llover, Bulmaro se levantó y yo me había orinado.
El "Chivo" seguía a mi lado, el "Chiivo" no era chivo, era perro, le puse así porque tenía barbas, y los dos vimos como Bulmaro se alejaba, me quedó claro que yo seguiría viéndolo, me lo dió a entender con una palmada de complicidad en el hombro y el chivo y yo, bueno, nada más yo, me quedé con mi secreto que en lo posterior, efectivamente, fue nuestro.
Yo lo que quería era descubrir su gran secreto que cubre su pantalón que tanta curiosidad me daba. Seguí jugando, allá adentro, en la casa grande, no sabía que iban a hacer con cuatro cirios y una cajota con diosito en la cruz, por un momento pensé: "Ni él ni mi abuelo toman café"-

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