Lamentablemente el ser humano tiene un perverso regocijo, nos hemos acostumbrado a la crónica negra y a perder a nuestros semejantes.
Ya no buscamos el rostro amado entre la gente en una fiesta, ahora bajo la tierra y el silencio.
A lo lejos reconocíamos al amigo, hoy nos es inconcebible darle rostro en las cenizas.
Todo el pasado es aún.
Es una realidad que aterra
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