sábado, 31 de agosto de 2019

¿TE ACUERDAS?



La comida no sabe igual en un restaurante de lujo que servido en una casona vieja bien preservada, de muros de adobe adornado con hojas verde olivo y pajaritos cantando, habitaciones altas, cocina de talavera, techos sostenidos por vigas de madera de pino silvestre.
Una sopa de habas y quesadillas de flor de calabaza, acompañadas de agua de tamarindo y de postre, até de membrillo.
La siesta en una hamaca y la lectura en una mesita con flores silvestres cortadas y puestas en un rudimentario florero pequeño justo al lado de la ventana de herrería donde la luz entra libremente. En ella veo pasar a Don Lucio dirigirse a misa con su misal en la mano, a Doña Cleo con su canasto del mandado repleto de hoja santa, cilantro, epazote, mejorana, peras y demás; a esos novios que se comparten los besos en el helado de maracuyá, a los niños cambiando el color de su ropa cuando juegan en el adoquin del jardín con sus carritos de madera y trompo en mano.
Yo no sé qué le ponía mi abuelita a su sopa de fideos que a todos sus nietos nos dejó perenne ese sabor; nadie ha sabido igualar, quizá era la manteca o las patitas de pollo y con eso teníamos, no necesitábamos de manjares con su sazón bastaba.
¿Se acuerdan del café legal? Pues ese sólo por premura en mi casa lo tomábamos porque mi abuelita nos hacía el café con leche con café del bueno que endulzaba con trocitos de panela... Mmmm y por supuesto como olvidar el chocolate de agua donde remojabamos el bolillo con todo y migajón.
Los bordados, deshilados, las loterías y las historias que nos arrullaban al dormir; como olvidar cuando mi abuelita de armas tomar les ahuyentaba los pretendientes a mi mamá y tías con escopeta en mano, la leyenda del ahorcado y la mismísima llorona.
Había un jabón de lejía para la ropa y otro para el baño que lo tomábamos en un tina de aluminio.
-Tállate detrás de las orejas y allí mismo los calzones- me gritaba la tita.
Los abuelos dejaron este mundo ya mayores, lo dejaron sin aspavientos ni quejas de algún dolor o, eso nos evitaron percibir, con su partida nos olvidamos y descuidamos las macetas, el barrer el patio, el subir a la higuera, el saltar la reata. Pero la memoria es como un disco duro y ahora son las tertulias con los hijos, los nietos, los sobrinos que nos piden ir al mercado de Sonora a comprar: yoyos, trompos, baleros y damas chinas de madera.
Yo aún conservo mi juguete favorito: dos pugilistas sobre una palo de madera midiendo su destreza cuando como por arte de magia los hacía pelear cuando apretaba un botón; esa era mi tecnología.

Adolfo Delgadillo Padilla

SENTIR



Sentir, sobre todo cuando la vida se te va, se te va en aquel sentimiento que para muchos es vanal.

Sentir y, a la vez dejar de sentir para tan sólo vivir el instante que a tu razón importa, por sentir.

Sentir sin sentir sin sentido y con todo el sentido que tienes para sentirlo tan real, tan tuyo.

Sentirlo después de que creíste haberlo superado, regresa y te recuerda que siempre estará.

Sentir que pasó, si, pero que es tan agradable ahora saber que pasa frente a ti sin dolor.

Sentir que cuando regresa, la vida te vuelve, por el recuerdo, por lo vivido, por sentirte vivo.

Sentir por la emoción, por la esperanza y seguridad que ya no será, pero que fué y en tí está.

Sentirlo tuyo, de nadie más, con nadie se fue, en tí se quedó; te pertenece el suspiro eterno.

Sentir, no por el sólo hecho de sentir, porque solo viene y mantiene perenne la flama que jamás se extingue.

Sentir aunque la vida termine y sentirse vivo aún después de saber que yo me voy pero el se queda.

Se queda en cada molécula del universo que dispersa el amor en cada ser para volver ser.

Adolfo Delgadillo Padilla

LO VÍ Y SE QUEDÓ



Lo ví y cuando lo tuve se esfumaron mis sueños, esos sueños que me hacían sentir más vivo que cuando despierto estaba; el sudor, la agitación, la excitación, ¡que maldita sea! no lograba mantenerla hasta el clímax, sólo cuando aún adormilado y despierto la continuaba.
Era un tormento que me duraba uno, dos días hasta que mi fantasia no daba a más.
Yo no podía estar viendo mal ni me podía dar el lujo de imaginarme cosas que no podrían ser, pero si mi inconsciente no me traicionaba; él me miraba, me invitaba a desnudarlo, a que mis dedos de cera se derritieran en el mismo instante de mis deseos.
Un día fantaseaba con su cuello queriéndolo tomar como a una copa de vino, posar mis labios y subirlos trémulos hasta beber su espíritu mismo. Otro día anhelaba sus piernas como si fueran tenazas que me detuvieran en él mientras me perdía en el aroma fresco a sandía de sus cabellos cortos ¡Oh Dios, loco me iba volver, todo existía en mi imaginación creativa por hacerlo mío, por ser yo de él!
Cuando oportunidad había de seducirlo con unas cuantas palabras mi emoción me jugaba una mala pasada y en los brazos oníricos de mi pasión volvía.
Un día otoñal él rompe el silencio que parecía imposible pudiera dar, yo no, lo podría ofender y eso era lo que menos buscaba yo.
Lo ví y cuando la tuve se esfumaron mis sueños para dar paso a una realidad de la que no quisiera despertar.

Adolfo Delgadillo Padilla

JUANITO Y LA LLUVIA



Juanito era muy preguntón, actitud que incomodaba a muchos. ¿Y por qué ésto? ¿Y por qué lo otro?
Estando en la ventana veía llover y el agua correr, al lado estaba "Pambazo" su perrito jugueton -¿Mamá la lluvia se bebe? -¿Por qué hijo? - Pues porque veo que se desperdicia mucha agua y podríamos ahorrarla y utilizarla.
Con esa inquietud Juanito le pidió prestadas unas cubetas a su mamá, salió con su impermeable y el "Pambazo" que era su compañero de vida, puso las cubetas a que les cayera el agua de la lluvia y el ”Pambazo"  giraba de alegría.
Al día siguiente se sorprendió de toda el agua que pudo recolectar.
Toda esa agua la utilizó para darle de comer a el "Pambazo", regar las plantas que su mamá tenía dentro de la casa, lavar su bicicleta y todavía aún su mami aseo la casa.
Juanito dijo que cuando sea grande inventaría algo que pudiera aprovechar y no desperdiciar el agua de la lluvia.
Su papá le dijo que eso se llamaba reciclar.
Juanito quedó satisfecho con su acción y acarició a su "Pambazo" que era ejemplo de buena salud gracias a los cuidados y mimos que le daba desde que se lo encontró en la calle sin familia. Ahora "Pambazo" tiene familia.

Adolfo Delgadillo Padilla

DON CARALAMPIO



Don Federico Caralampio Carrascuas era muy codo y presumía sus bienes con los niños de su cuadra en compañía de su gato "Faraón" -Yo tengo tierras -en las uñas- le respondían. -Puercos - los oídos- le volvían a contestar los peques. -Ganado vacuno -Será piojuno-. Divertidos los niños hacían desatinar a su amigo.
Juanito le preguntó a Don Caralampio por qué le había puesto "Faraón" a su gato y Don Caralampio les dijo: En época de los faraones los gatos eran tratados como dioses y aún no lo han olvidado.
Luis y sus amiguitos fueron a comer galletas a su casa que su mamá les había preparado y en la mesa comentaron lo que les dijo Don Caralampio, lo que le respondieron y lo divertido que fué.
La mamá de Luis se sentó con ellos a la mesa y les dijó: -Qué bonito gesto de Don Fede que aún no teniendo dinero se hizo cargo un gato que cuida y lo trae para todos lados, es un ejemplo de responsabilidad y cariño. Cuando ustedes decidan tener un amiguito, ya sea perro, pez o gato deben tomar el ejemplo de su amigo Don Fede. Un día se pusieron a jugar a las canicas gritando "Chiras pelas" mientras  el gatito "Faraón" las correteaba. Los amiguitos aprendieron muy bien la lección que la mamá de Luis les había enseñado y Luisito por su parte aprendió muchas de las ocurrencias de Don Fede, aprendió también que los gatos requieren de un dueño que los vean como lo que son: seres vivos y que deben ser incluidos en los juegos de uno, eso se llama inclusión.
Don Federico Caralampio Carrascuas hijo de albondiguillas y demás yerbas en su cábecita seguía cuidando a su gatito que dependía de él y al que lo tenía muy bien alimentado.

Adolfo Delgadillo Padilla