miércoles, 29 de enero de 2014
MI OCIO
Cayeron los pétalos después de la lluvia, hicieron más hoyos que en la misma luna, la tierra mojada, yo en pijama a tu lado tomando café en la hamaca.
- ¿Te acuerdas cuando las rosas no estaban?
- Si, las plantamos y no teníamos esperanza.
- No sabíamos de que color eran.
- Por fortuna fueron blancas, ya que las rojas no te agradan.
El frío entraba por la ventana de madera apolillada, en la cornisa los geranios que compramos en un pueblo cercano los cuales riego en verano.
Me acurruqué en tu regazo y comencé a soñar y me dí cuenta que mi sueño era esto, el estar tomados de la mano, embriagarnos de cada instante, beber sorbo a sorbo el aroma del encina, que las luciérnagas pierdan notoriedad cuando la luna se extiende distorsionada igual que tu chinanteca cara en la laguna. ¿Qué era lo que iluminaba más mi vida, la redondez de tu cara o la de la luna? ¡Me confundía! Y, entonces decidí esperar otro día y dejarme en tus brazos. Esta es mi vida.
SENDERO
Pies descalzos,camino polvoriento,el afán era seguir,distraerse,ocupar el espacio,ocuparme,no sabía por qué, pero me gustaba. Al llegar al parque la textura que sintió mi piel fue diferente, ese cosquilleo que me acariciaba, que saciaba la sed de las plantas de mis pies resecos, que por el rocío natural que tenían las florecillas vivas de colores tenues junto con la malaquita del césped de la mañana, sentí purificarme.
El ambiente perfumaba cada poro, desvirginandolos abruptamente.
La caravana era interminable, sorprendía el no verle final, me daba la impresión que mis ojos de pronto se abrían por la nueva experiencia que estaban viviendo y se empequeñecían por lo que no querían mirar; el tambaleante caminar de los cansados andares de los ancianos enfermos, de los niños, de las madres de los niños. Muchos ayudaban, ofrecían su mano, su hombro, su espalda, agrietando la tierra al caminar con su pesada carga y, sin embargo, los que araban con sus generosas, pero silenciosas lágrimas eran los que mayor autoridad tenían, quizá por orgullo no mostraban su dolor. Eran los recuerdos, de la gratitud hacia la vida lo que les hacía tomar esa decisión de entregar quizá el último, pensaban, esfuerzo que tenia su cuerpo agotado.
Los duros panes y enlamados quesos se repartían celosamente para que nadie les diese un colmillo de más, para racionalizar las pocas provisiones que se tenían, para quién sabe qué tiempo pasaríamos en nuestro éxodo. Las mujeres en lactancia ofrendaban de su leche para mitigar la sed. Vi a un hombre que se comía, ya no sólo sus padrastros de los dedos de los pies por el hambre, se estaba devorando parte de sus extremidades él solo, una mujer se mordisqueaba sus ya no tan largos cabellos y otro hombre ponía sus manos en cuenca y se bebía los orines que recolectaba de sus compañeros.
- ¿Por qué salirnos de nuestras casas, de nuestras tierras, de nuestra patria? - ¨Para no salirnos de nosotros mismos, -me respondió mi mamá-, porque si lo hacemos, ni nosotros mismos nos encontraremos el día que entendamos el por qué de lo que estamos viviendo hoy¨.
Un aire fresco acompañado de neblina nos coloreo a todos de un tono marrón, en grupos nos acomodamos para terminar contándonos las experiencias del día -como si hubiesen sido diferentes- me acurruqué en los brazos de mamá y no tardé ni un pestañeo en abandonarme en un largo y profundo soñar, pero antes me dí cuenta que sí, que todos tenemos una experiencia diferente aunque juntos estemos, por lo menos yo que tengo lo que a otros les faltaba: Su madre.
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