¿Qué me das a mi sed?
¿Qué me das a mi hambre?
¿Qué le das a mi mirar?
¿Qué le das a mi sentir?
¿Qué al percibir el aroma del encino?
¿Y al escuchar tu voz en mi camino?
... ¡Que ahíta mi alma!
miércoles, 22 de junio de 2016
EL HOSTAL
Él le pidió que le diera hospedaje en su depa, pero a ella le parecía problemático aceptar, ya que su espacio era reducido para todo lo que él traía y no exactamente se refería a sus maletas, que ya eran suficientes para la recámara que Mía utilizaba como bodega y closet; sino por los recuerdos que muchas veces eran abrumadores. Lidiar con sus encuentros y desencuentros amorosos, le parecía, ya demasiado. Yahir, traería consigo amargas experiencias, melancolías y enormes deseos de retornar a su país, que al sol de hoy, ya es mucho afirmar que estaba peor que Cuba.
Mía, se había percatado por sus experiencias de algunos viajes, que la gente trae su propio aroma, por ejemplo, en Canadá, los hindúes despiden un humor a vaca, no, no es broma, en un programa de televisión explicaban que los habitantes de la India, como consideran a las vacas sagradas, es de buena suerte perfumarse con su aroma. Jahir despedía incredulidad, decepción, tristeza, impotencia, coraje e incertidumbre, eso significaba a oler a loción de siete machos.
- A bañarte entra sin sandalias para que no salgas con ellas chorriando y se haga un atascadero, no cierres con fuerza las llaves del agua porque se barren y se dañan, el boiler no es automático, aquí se recicla el agua...
- En tan corto tiempo me vi obligado hasta racionar el arroz sin desperdiciar uno solo. Figurate, el costo de un kilo de arroz nos sale a 1500 Bolívares Fuertes que vendrían siendo unos $750 cuando aquí el precio es de $16.
De esta manera pusieron los puntos sobre las íes.
Con el pacto llevan, sin haberse dado cuenta, nueve meses, algo así como una gestación, dónde Mía era su confidente en el proceso de adaptabilidad de su room, Jahir.
Él aprovechó el tiempo sin miramientos trabajando en un restaurante de comida venezolana y en una tienda de convenincia, hasta el día que le llegó correspondencia de la Universidad que lo aceptaba como catedrático de filosofía y letras.
Jahir debió dejar la recámara que le había brindado su ángel de la guarda para mudarse a las inmediaciones de su nuevo empleo.
Al principio de la partida de Jahir, Mía hacia sus actividades con generoso gusto al ver liberado su espacio vital, ya no se vería presionada a cancelar citas con amigos o en el mejor de los casos postergar pláticas íntimas con ellos. Retomaría por fin su régimen alimenticio y eructar el agua mineral que acostumbraba.
Si es cierto que podía volver a pisar su terreno a sus anchas, sin embargo empezó a sentir un vacío, no de espacio en su departamento, si no en ella, las ojeras por la lectura de su ex room mate, el color de la piel de chocolate, la apariencia de un cactus de su cabello que la irritaba cuando él era cariñoso, ahora como una caricia de plumas lo añoraba.
¿Volvería el extranjero a pedirle ayuda humanitaria? Como estaba deseando que "su" migrante - ahora se refería como "su" cuando antes le decía: "el migrante"- le pidiera asilo político.
¿El tiempo achicaría el vacío que él olvidó en su corazón de ella y lo que sentía? Tenía de dos sopas, ir a pedirle posada o quedarse tan aislada a cómo estaba acostumbrada, dé cómo está sociedad está educando a sus generaciones, al aislamiento por el miedo de no comprometerse.
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