sábado, 15 de septiembre de 2012

CLARO OSCURO

El sol jugaba con las escasas nubes que se atrevían a cruzarlo pintándolas de naranjas y rojos, las traspasaba para no dejar  de teñir los movimientos del agua que resaltaban en ondas los débiles ya rayos del amo del día.

A unos metros de mí, un hombre embelesado contemplaba el espectáculo en short color caqui, descalzo, playera verde militar ceñida a su cuerpo y sombrero de paja echado ligeramente hacia atrás como para que no le tapara la maravillosa vista que la naturaleza nos estaba brindando.Me lleve la copa de piña colada a los labios, permití que me hipnotizara el continuo arribo de las olas quemándome con el fuego del atardecer mis pies.
- Ya no te quiero.
- ¿Pero por qué, qué hice o dejé de hacer?
- Nada, sólo que sucedió y me marcho.
De este magro despido decidí venir  a encontrarme o a perderme de mí, en este lugar donde las cigarras se hacen escuchar, las gaviotas te obligan a dibujar líneas que quizás desearas que fueran corazones como un presagio de la vida que esperas.
Ya pasaron dos semanas en el cual me vi obligado a permanecer  en una vorágine de sentimientos, por más que lucho no agarro uno como para poder  poner orden a mi mente.
Una luz barrió con el rojo del mar revistiéndolo momentáneamente de oro, mire hacia donde se encontraba aquel muchacho, ya se había ido. De pronto escuché a mis espaldas que me saludaban, era el mismo del sombrero de paja que caminaba con bastón. En un instante pensé, porque ya se había presentado la luna al otro extremo de techo celeste, aún pálida, que se trataba de un anciano, pero su voz, silueta y caminar a pesar del bastón no eran las de una persona adulta y que la salida de aquel que domina el día le daba la bienvenida a la señora de las mareas y por lo tanto me era difícil definir la cronología de aquel lugareño.
-La luz del faro roba a los enamorados instantes de privacidad y a otros nos regala destellos de esperanza.  ¿Lo puedo acompañar?- me preguntó a la vez que con una ligereza se sentó en la arena al lado de la silla que yo ocupaba.
- ¡Claro, por favor! – me sorprendí que a lo mucho tuviera veinticinco años.
- Me llamo Isidoro, soy de un pueblo de aquí adelante, pero estoy terminando mis estudios de ingeniería en la capital del estado porque es el único lugar que aceptan invidentes.
Me pareció ver carruajes de fuego dibujados entre el mar, el sol y cielo; abrí los ojos de asombro, tragué saliva por la pena que sentí por mí y a la vez mi ánimo súbitamente cambio. La luz del faro me permitió admirar al ser más hermoso, tierno y varonil.
-¡Lo lamento, no pensé...! Mi nombre es Josías, mucho gusto.
Mi estancia se alargó por tres días más y mis visitas al puerto fueron más frecuentes e Isidoro que me enseñó a mirar con los ojos del alma disipó tristezas en mi corazón y que yo soy – dice él- la luz de su vida.

           ¿Será mi luz eterna
           o tus sombras perenes?
           O tú la luz que de mí,
           las sombras arrancó.